Me he preguntado cómo se sentirán los equipos de campaña de José Antonio Meade y Ricardo Anaya en estos momentos.
En las entrevistas que dan y las declaraciones que ofrecen, ellos mismos o sus voceros, siempre dicen que están seguros de ganar la elección del próximo 1 de julio.
Para poder hacer esa afirmación se requiere una de dos cosas. O no creer en lo que las encuestas están diciendo o bien considerar que en los escasos días que faltan para la elección puede ocurrir un auténtico milagro que haga cambiar las opiniones e intenciones de millones de electores.
Los partidarios de Meade, por ejemplo, argumentan que la gran maquinaria política que tiene el PRI permitirá el 1 de julio que millones y millones de sus simpatizantes acudan desde temprano a las urnas y derroten a López Obrador.
Otros suponen que los llamados “indecisos”, la mañana del domingo de las votaciones, lo pensarán bien y finalmente acabarán votando por Meade.
En el caso de Anaya, también entre sus cercanos existe la convicción de que se logrará convencer a los ciudadanos de que es mejor darle utilidad a su voto, y los simpatizantes de Meade, acabarán convenciéndose de que es mejor votar por Anaya, con tal de que no gane López Obrador.
Es parte de la naturaleza humana buscar racionalizar nuestros deseos o conclusiones.
De hecho, es lo más usual. Más que observar y evaluar la realidad para formarnos una idea consistente con los hechos que vemos y analizamos, primero adquirimos una creencia o deseo y luego buscamos la manera de justificarlos racionalmente.
Como se ha dicho un sinnúmero de ocasiones, las encuestas no son infalibles, pero sí miden el estado de ánimo o las preferencias e intenciones de la gente en un cierto momento.
Cambios electorales
Hay ocasiones en las que la gente cambia rápidamente sus preferencias, cuando hay eventos traumáticos que afectan la realidad.
El caso más citado es el de España en 2004. El jueves 11 de marzo se dieron ataques terroristas en diversas estaciones de tren en España, especialmente en la terminal de Atocha, en Madrid, con un saldo de decenas de muertos. El domingo 14 de marzo, España elegía su gobierno. Antes de los ataques, el candidato del Partido Popular, Mariano Rajoy, encabezaba las encuestas. Tras la conmoción que vivieron los españoles hubo un vuelco que permitió el triunfo del candidato del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero.
Esos cambios ocurren, pero son excepcionales.
Lo usual es que las encuestas acierten y que triunfe el candidato que va al frente, máxime cuando tiene una ventaja tan amplia como la que tiene AMLO.
Sin embargo, mientras las cosas no suceden, quedan solo en el terreno de lo posible y no de lo real.
El triunfo de México ante Alemania en la Copa del Mundo de futbol fue tomado por algunos como el ejemplo claro de que lo inesperado también pasa.
Sí, lo imprevisto también sucede, aunque su probabilidad sea baja. Pero, lo probable no es imposible.
Es poco probable que nos saquemos la lotería, pero, como no es imposible, compramos un boleto. Nos aferramos a la esperanza de ‘pegarle al gordo’.
Los candidatos que van atrás en las encuestas hacen lo mismo. Saben que es poco probable que ocurra un vuelco en las intenciones de voto, pero no es imposible.
Y se van a aferrar a esa esperanza hasta el último momento.
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